1.11.11

Sor Juana Inés de la Cruz

En este mes en que conmemoramos el natalicio de Sor Juana, presentaremos algunos textos en torno a la cultura generadad por su presencia.

Muy pronto.

21.8.11

Ray Bradbury: la escritura por delante

Por Eduardo Andrade Uribe
Ray Bradbury tiene el hábito de levantarse muy temprano todos los días a escribir historias que durante la noche le dicta el subconsciente. La idea es escribirlas “antes de que se desvanezcan”, afirmó alguna vez. Trabaja en el sótano de su casa, con una máquina de escribir eléctrica –a semejante nivel llega su tolerancia con el mundo de las máquinas, se sabe que en el fondo las detesta; incluso ver el horno microondas le molesta–. El escritor radicado en los Ángeles, California escribe profesionalmente desde 1943. A partir de entonces –según prologó en uno de sus tantos libros– se propuso afianzar la calidad de su prosa, obligándose a escribir un texto por semana con una extensión de entre 18 y 32 cuartillas. A la fecha cientos de relatos suyos aparecen publicados en decenas de volúmenes.
El autor ha referido que el gusto por la literatura lo adquirió durante su infancia, en gran medida gracias al impulso de su tía Neva, una costurera y diseñadora de disfraces que solía leerle cuentos de Édgar Allan Poe y llevarlo a presenciar obras de teatro. En este sentido, su caso coincide con el de León Tolstoi, a quien su abuela paterna le engendró el apego por el arte de la narración. La anciana lo llevaba a una estancia de la propiedad de la familia al finalizar el día, donde un mozo de edad avanzada y visión estropeada, pero dotado de una portentosa habilidad para contar historias, les narraba los pasajes de Las mil y una noches y demás anécdotas que llegaban a Rusia por el río Volga. Desde el borde de una amplia ventana, donde gustaba de tomar asiento, el homérico personaje, con sus maravillosas exposiciones, infundió el don de la palabra en el pequeño Tolstoi.
A muy temprana edad, Bradbury se convirtió en un lector empedernido. Entre los autores que marcaron su delirio por las letras, además de Poe, figuran Charles Dickens, Lewis Carroll y Lyman Frank Baum; al igual que Julio Verne, H.G. Wells y Édgar Rice Burroughs, a quienes solía leer en la biblioteca Carnegie, de su ciudad natal Waukegan, Illinois.
A los 12 años, comenzó a escribir cuentos, motivado, entre otras cosas, por la experiencia singular que tuvo con un mago de carnaval: Un día de 1932, por la noche, el futuro escritor acudió a una feria instalada a orillas del Lago Míchigan. Una de las atracciones era el número de Mr. Electrico, quien se sometía a las descargas de una silla eléctrica acondicionada para el acto. Una vez circulando la energía por su cuerpo, tomaba una espada y la esgrimía ante el público, enfocándose sobre todo a los niños que abarrotaban la sección frontal. En el caso de Bradbury, el hombre le puso la punta de la espada en la frente y con ímpetu dramático le dijo: “¡Vive por siempre!”, en tanto que la cabellera del pequeño se erizó por obra de la electricidad suministrada.
El escritor menciona que al día siguiente fue a buscarlo a los tinglados donde se guarecen los artistas en la feria. El caballero lo presentó con algunos otros personajes de la compañía, tales como el Hombre Ilustrado y la Mujer Obesa –cabe recordar que décadas después Bradbury publicaría una recopilación de 18 narraciones titulada The Illustrated Man. Más tarde, ese mismo día, de paseo por la franja costera del lago, mago y adolescente tomaron asiento en un montículo de arena. Allí, el enigmático personaje le contó que ya lo había conocido, varios años atrás, antes de que el autor norteamericano naciera: supuestamente, Bradbury había sido su mejor amigo durante la primera guerra mundial y había muerto en sus brazos en la Batalla de las Ardenas.
He ahí el sentido de las palabras de Mr. Electrico. “Live forever”. Si el escritor ya había vivido en la persona de un soldado que cayó abatido, si volvió a nacer en el individuo que es ahora, entonces desde la óptica del mago, seguramente después de que en este caso muera, de nuevo volverá a nacer y así sucesivamente, vivirá “por siempre”.
De cualquier manera, un día después de su experiencia carnavalesca, Bradbury se mudó con su familia al estado de Arizona; e invadido aún por la emoción que le produjo el encuentro con Mr. Electrico, una vez instalado en su nueva residencia, tomó una máquina de escribir de juguete que acababan de regalarle, y puso en práctica su vocación de narrador, escribiendo su primera historia.
Posteriormente, de los 18 a los 22 años, vendió periódicos en una esquina de Los Ángeles; desde la edad de 13 años vivía en esta ciudad con sus familiares. El resto del día lo dedicaba a la práctica del oficio literario y las horas nocturnas a lectura la bibliotecaria. Luego vendrían momentos de gloria: el fruto merecido por una formación tan consistente, que germinó tras la aparición de sus obras más sobresalientes.
A partir de 1950, Bradbury se dio a conocer a nivel internacional merced a la publicación de su libro Crónicas Marcianas, obra que causó la admiración de Jorge Luis Borges, por su contundencia argumentativa, lo mismo que por su propuesta estilística: la conquista de Marte en este caso no es épica, como podría esperarse, se da sin verdaderos sobresaltos o al margen de actos heroicos, en un contexto de cotidianidad inalterable al estilo típico estadounidense.
El connotado literato cumplirá noventa y un años el próximo 22 de agosto. Casi siete décadas de actividad profesional en el terreno literario le han granjeado una posición indiscutible como narrador de talla universal. Resulta ser uno de esos escritores a los que bien puede llamárseles clásicos vivientes, como en su momento lo fue el propio Borges. Además de Crónicas Marcianas, destacan del repertorio de Bradbury volúmenes de cuentos tales como “Las doradas manzanas del sol” y “Memoria de crímenes”, lo mismo que novelas como “Fahrenheit 451”, “El árbol de las brujas” y “La muerte es un asunto solitario”.      
No son muchos los autores cuya obra se inserta en un innegable rango de consumación, autores concentrados en el cultivo de una corriente literaria. Así como Góngora, Gracián o Quevedo delinearon el barroco español y Stendhal, Balzac o Zola el realismo francés, otros literatos alrededor del orbe han contribuido a la consolidación de lo que se ha dado en llamar literatura fantástica (en la acepción más general de la expresión). Del otro lado del Atlántico figuran desde luego Mary Shelley y Robert Louis Stevenson (aunque en el sentido más incluyente de la categorización habrá que mencionar a narradores como Mérimée, Meyrink, Kafka o Ballard). De este lado, lo mismo sobresalen plumas septentrionales que sureñas. En Sudamérica acaso la figuras representativas sean Horacio Quiroga y el mismo Borges. En Norteamérica la lista no es mínima pero hay una tríada que se mueve en una misma vertiente: el relato fantástico.
Es en este contexto donde Bradbury, en calidad de literato, viene a colación, como tercer portento de la imaginación norteamericana, antecedido por Lovecraft y Poe. En la obra de estos tres maestros hay un innegable toque de mordacidad: lo fantástico como distorsión sugestiva, o terrorífica inclusive, de las circunstancias. Desde los ámbitos tenebrosos de Édgar Poe, donde lo insólito se apodera de la acción, hasta el dramatismo desencadenado en las quiméricas escenas de Ray Bradbury, pasando por la consumación de lo siniestro a propósito de las atmósferas sobrenaturales de H. P. Lovecraft. La sensación para el lector puede ser la misma: Sugestión… en un término relativo por supuesto, pues lo más probable es que semejante estado de ánimo después de todo se torne placentero (si no, dónde estaría el sentido de leer libros).
Sobre el padre la narración detectivesca, Édgar Allan Poe, no hay duda de que se trata de un artista consagrado que causó la fascinación de otros importantes escritores, contemporáneos suyos así como sucesores, oriundos de naciones europeas y del continente americano y afincados en distintas formas y corrientes literarias, como Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul Valery, Julio Verne, Arthur Conan Doyle, H.G. Wells, Ambrose Bierce, Rubén Darío y Julio Cortázar entre muchos otros. Ello por la torcida dirección que el norteamericano dio a la trama de sus textos en combinación con una forma de narrar apasionada y un acompasado y elegante tono discursivo. Borges, por su parte, discrepaba con él por la premisa de que el arte de escribir se debe apoyar exclusivamente en la operatividad del intelecto, tal como el bostoniano plantea en “La filosofía de la composición”. Para el bonaerense, más que por mera operación intelectual, los contenidos literarios se dan por una suerte de revelación. Sin embargo durante su última etapa como escritor, le dio debido reconocimiento a Poe, en ensayos diversos y conferencias magistrales, lo que indica que acaso su criterio estético sobrellevó un relajamiento favorable.   
A Howard Phillips Lovecraft, al menos enciclopédicamente, no se le suele considerar como un gigante de la literatura universal. Su predilección por volver explícitas las formas que detonan el trastorno de sus personajes, en algunos casos no ha sido bien vista –el incansable Borges, por ejemplo, habla de la conveniencia de ser más sugerente como autor y dejar a la imaginación del receptor la consolidación de lo terrorífico a partir de la mención de unos cuantos elementos solamente. Al parecer el público lector llega a olvidar que en la obra de Lovecraft no sólo lo tétrico tiene lugar. En contraparte una inigualable carga paisajística se perfila como amortiguador del despliegue dramático. Qué decir del orden en que están expuestas las ideas, de la propiedad en el manejo del vocabulario o de las oportunas frases metafóricas. Lovecraft creó todo un estilo de escritura esmeradamente solemne. Propuesta literaria que hacia el final de su vida Borges terminó por aceptar, llegando incluso a dedicar a la memoria del autor originario de Providence, Rhode Island un cuento armado a su estilo, compendiado en “El libro de arena” bajo el título de “There are more things”. Por su parte Michel Houellebecq también ha concurrido a la veneración en este sentido con una biografía titulada “H. P. Lovecraft, contra el mundo, contra la vida”.    
En sus numerosos cuentos y novelas Ray Bradbury ha llevado a un nivel extremo el ejercicio de la imaginación, sin rayar en el desborde o la exageración. Lo suyo no son meras ocurrencias. Cada una de sus narraciones es una visión intensa de la humanidad y sus particulares obsesiones, en donde lo fantástico no viene siendo gratuito; detrás de las perturbaciones de los personajes hay una ajena o involuntaria finalidad en proceso de consumarse. Nada queda irresuelto en los relatos del autor estadounidense. Su propuesta se caracteriza por un afán de sistematizar el drama en una rigurosa relación de hechos deplorables, una exposición precisa y contundente al grado del desconcierto, que resulta apreciable en textos como “La fruta en el fondo del tazón”. Si es que se quiere honrar la presencia real en el orbe de un prodigio de las letras como él, acaso lo mejor sería tomar en cuenta la sugerencia de un admirador suyo, el recién finado Eliseo Alberto, quien todavía el año pasado propuso que de regalo de cumpleaños a Ray Bradbury se le otorgara el premio Nobel.

13.6.11

Sobre los contenidos y su publicación


E
n el propósito de abrir la discusión en temas que atañen a lo escrito, se irán repartiendo los temas en cada semana y lo más destacado formará parte del boletín mensual del Centro de Posgrado que comprende el programa de maestría en Cultura Escrita, entre otros cursos de escritura.

A la par de las noticias, podrán leer eventualmente algunas reseñas y comentarios literarios como el que dio inicio a este blog, acerca de la literatura rusa del siglo XX.

La resignificación, la memoria y el discurso

A manera de introducción. Por Vianett Medina.

"B
ienvenido a Tijuana" no es un texto que se encuentre de inmediato al llegar a la frontera. En otras ciudades los recibimientos son permanentes y precisos. En el caso de las ciudades fronterizas, las bienvenidas son ambiguas e indican "México" en lugar del nombre de la ciudad que lo enmarca. La dificultad para nombrar afecta al reconocimiento: mucho de lo que habita la frontera es anónimo; esto incluye tanto criminales como benefactores y, por supuesto, también sus muertos. 
En la parte de noticias de este espacio en línea, atendido por el equipo del programa la maestría en Cultura Escrita, daremos seguimiento al ejercicio de nombrar y resignificar los nombres. ¿Qué se nombra y por qué se hace?, ¿cuándo y quién lo hace?, como parte del análisis histórico y político de la escritura que hemos emprendido en los trabajos de maestría.

Calles, edificios, apellidos: en la ciudad de frontera los nombres permutan con propósitos políticos. Aunque los cambios no son privativos de las tierras fronterizas, existe una tendencia conquistadora, "misionera", de bautizar la tierra que, en su inteligibilidad, es asignada como "tierra de nadie". En su libro Escribiendo desde los márgenes (Siglo XXI, 2009), la académica Ivonne del Valle explora la escritura de los jesuitas en tierras bajacalifornianas y explica su función colonizadora como medio de reconstruir la identidad jesuita. Según Del Valle (de cuyo libro en poco tiempo presentaremos una reseña) el ejercicio de escritura jesuita recupera la cosmovisión española de los misioneros, resultando un equilibrio de la pérdida simbólica relativa a su tradición y sus creencias. Hoy preguntamos: ¿qué tradición o creencia se refuerza cuando se pretende nombrar o renombrar la "isla" de estas tierras?

Queremos ejemplificar sin estancarnos en el tema ya común que trata de la reasignación de nombre de las vialidades, que se renuevan con apellidos de militantes de los partidos políticos. Mejor desviamos la pregunta hacia el tema de cultura y sus jerarquías. En el caso de la nueva cineteca –primera extensión de la Cineteca Nacional, que se construye ya en Tijuana– se posa por sí sola la pregunta: ¿a quiénes representa el nombre del famoso cronista fallecido en 2010? El cine, aunque se nuble un poco la visión, no está en ese escritor bien representado. Sí están, en cambio, las normas que conforman al personaje célebre por encima, incluso, de la historia del cine producido regionalmente o sus artistas. 
Si la frontera ha sido concebida como lugar para la desmemoria y el olvido, queremos que no lo sea. La promoción de la lectura y escritura es un pilar de la construcción histórica que está en camino. Las publicaciones locales van en aumento; no así la construcción discursiva. Mientras que las publicaciones se sostengan en el lenguaje publicitario, sobrecargado de clichés y de afirmaciones vanas, promovemos la escritura para el diálogo crítico. Discusión y comentarios: sean bienvenidos.

9.6.11

Letras rusas


 

Eduardo Andrade Uribe

 

Con cierta eventualidad la literatura rusa ha tenido que sortear la intolerancia de la sociedad y la represión de las autoridades. En medio de una atmósfera desfavorable, han emergido las obras más sobresalientes de los rusos. Semejante repertorio, desde luego, no se constriñe a los grandes narradores del siglo diecinueve, quienes en su momento causaron admiración en el resto de Europa. Previo a la consolidación de la prosa literaria, se afianzó el formato de la poesía, al igual que el de la dramaturgia.

En el ámbito de una expresión tan noble como el verso, algunos autores padecieron el exilio (los más afortunados), así como la persecución, el encierro y/o la muerte. Del grupo de escritores partidarios del movimiento de sublevación de 1825 conocido como revuelta decembrista, Kuchelbecker fue encarcelado y perdió la vista en el presidio. Ryleiev, por su parte, murió en la horca, por orden del zar Nicolás I. El propio Pushkin padeció el destierro de la corte de San Petersburgo, en lo particular por unos epigramas que escribió contra un ministro. Corre la versión de que el duelo en que el poeta y narrador perdió la vida (a los 38 años de edad) tuvo más tintes de homicidio que de reto*.

A la par de los poetas, los dramaturgos también hubieron de sobrellevar la represión. El caso de Alejandro Griboiedev es paradigmático: al padre de la dramaturgia rusa moderna le censuraron una obra con la que después de todo obtendría fama universal. Por la crudeza de sus descripciones (de carácter social), "La desgracia del ingenio" permaneció bajo censura por más de cinco años. Posteriormente, a partir del fracaso de los decembristas (quienes demandaban la instauración de un orden constitucional así como abolir el servilismo laboral), Griboiedev fue señalado como sospechoso de apoyar el proyecto subversivo, lo que le valió purgar dos meses bajo arresto. Una vez declarado inocente, recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Persia, donde entonces imperaba una seria aversión hacia Rusia como consecuencia de un tratado que confirmaba su poder imperial sobre Oriente. Justo en las instalaciones de la embajada, A. Griboiedev fue víctima de un ataque mortal perpetrado por la mafia persa contra la diplomacia rusa. Pocos años después, Nikolái V. Gógol inclusive, en su calidad de dramaturgo, hubo de afrontar cierta presión a raíz de la publicación, en 1836, de su polémica comedia El Inspector, situación que le llevó a expatriarse por espacio de un lustro; el célebre escritor residió entonces en Italia y Alemania.   

A los narradores rusos las condiciones de desempeño creativo tampoco les fueron del todo favorables. Habiendo participado en el consabido levantamiento de 1825, A. Bestuzhev fue desterrado al Cáucaso, donde se unió al enfrentamiento bélico contra los circasianos. Años más tarde cayó abatido en una escaramuza. Por otro lado, Dostoievski se hizo merecedor al encierro carcelario por ser afín al pensamiento socialista francés, que no era bien visto por el zar. El autor de "Pobres gentes" estuvo a punto de ser fusilado, pero conmutándosele la pena, a cambio de ello tuvo que partir exiliado a Siberia, donde cumplió una condena de cuatro años de trabajos forzados. En un plano menos lacerante pero después de todo contundente, Tolstoi recibió duras críticas por la "Sonata a Kreutzer", novela con cierto cariz de tratado, donde el conde literato alude a la celotipia matrimonial, que puede desembocar en una crisis desgarradora; el libro fue censurado.

Pese a los embates de la crítica o de la censura, la obra de todos estos escritores subsistió; ninguno de ellos sucumbió a la expectativa de los gobernantes. El siglo XIX se consolidó como uno de los períodos más esmerados en la historia de las letras rusas. Luego vino otro tipo de literatura.

Para definir la directriz que en el siglo XX específicamente adoptó la narrativa rusa, acaso no haya una visión más oportuna en este caso que la de Nabokov (1899-1977). Heredero de la tradición literaria decimonónica de su país a partir de sus estudios sobre las figuras representativas, Vladimir Nabokov, con base en una profunda y extendida revisión al respecto, desenmascaró la producción que se asentó en Rusia una vez derrocado el orden imperial zarista e instaurado el régimen soviético. Atendiendo a la percepción del novelista petersburgués: de revolucionaria, la literatura soviética sólo posee el apelativo.

En una conferencia que el escritor bilingüe dictó en la Universidad de Cornell, corriendo el año de 1958, y que aparece impresa en un volumen de reciente publicación**, Nabokov esgrime sus razones respectivas. Según el exiliado novelista, desde que Lenin tomó posesión como primer dirigente de la U. R. S. S., se sentaron los cimientos de una postura creativa oficial, lo que sencillamente puede traducirse como literatura doblegada. Por más que el quehacer novelístico ruso revolucionario ofrezca rasgos de voz emancipadora, bajo la óptica del afamado autor de "Lolita" es mera sumisión. Consumada la causa bolchevique, las letras rusas dejaron de ser auténticas, fueron proclamadas "arma del Estado". Los gobernantes dispusieron ser ellos mismos quienes fijaran el rumbo que el contenido de los libros debía tomar. El objetivo era reafirmar el triunfo de la revolución. En época de Nabokov, el primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética Nikita Serguéievich Jruschov hablaría en asamblea sobre la conveniencia de que la literatura promoviera el ideal del socialismo. Propósito de antemano fallido. El control sobre la ejecución de las obras trajo como consecuencia que el argumento correspondiente fuera predecible. Según Nabokov, de esta condición patética ni siquiera se salvan volúmenes de cierto nivel compositivo como "El Don apacible" del premio Nóbel de 1965 Mijaíl Shólojov, o "No sólo de pan" de Vladimir Dudíntsev, novelas a las que, en resumidas cuentas, el conferencista de Cornell les ve rasgo de monstruosidad o esperpento narrativo. La producción literaria rusa se acartonó. Por más giros que se le haya podido dar a una anécdota, el espíritu soviético prevaleció.

El comunismo no sólo desarticuló todo un sistema de organización sociopolítica en Europa del este. También le dio al traste a la expresión artística. De cualquier manera, no todo fue pérdida o derrota. Más allá de la perspectiva intransigente de V. Nabokov, hay algún material propio de considerarse.

Pese a la férrea determinación oficial de reprimir cualquier brote de originalidad o "libre pensamiento", hubo autores que desafiaron la imposición soviética y su trabajo se sobrepuso a la presión gubernamental. Mijaíl Bulgákov rehusó escribir de acuerdo a los parámetros del denominado realismo socialista, posición que suscitó por supuesto que su narrativa fuera condenada. Sólo después de haber muerto el autor de "Morfina" y "La guardia blanca" (a causa de un padecimiento renal), sus libros se comenzaron a publicar en forma. El dramaturgo, narrador y novelista nunca apeló al exilio y constantemente abogó por la "libertad de creación" (sobre todo a partir de una serie de cartas a Stalin). El año de 1921 migró de Ucrania a Moscú, donde radicó hasta el día de su muerte, en marzo de 1940.         

 

* De Mier, Fidel. Introducción a "La hija del Capitán" de Alexandr S. Pushkin. Ediciones Gaviota; Madrid 1991.

** Nabokov, Vladimir. "Curso de literatura rusa". RBA Libros; Barcelona, 2010.